Tras un período de incubación que oscila entre unos días y unas semanas, caracterizado a veces por una simple inapetencia, malestar general, ligera apatía y fiebre, aparecen los primeros síntomas clínicos de la enfermedad. Según la vía de introducción, se desarrollan dos sintomatologías diferentes: respiratoria o digestiva. Si el animal ha respirado el virus, los primeros trastornos tendrán lugar en el aparato respiratorio: tos, flujo catarral por la nariz, irritación ocular y lagrimeo intenso, respiración fatigosa. Si ha sido ingerido, podremos observar vómito, inapetencia y diarrea. Hay una tercera manifestación posible de la enfermedad, principal o exclusivamente nerviosa, que se da sobre todo en los anímales adultos.
Después de haber afectado a los órganos respiratorios o de la digestión, la enfermedad tiende a agravarse, colonizando el órgano preferido: el cerebro o el sistema nervioso en general. En estas sedes se verifica un proceso inflamatorio que da origen a una encefalitis, a una meningitis o a una neuritis de diverso tipo que se manifiestan en parálisis, convulsiones en los músculos de la cara y de las extremidades.
Con la evolución de la enfermedad el perro casi siempre. Los que consiguen superar la fase aguda presentan por lo general fenómenos de parálisis temporal o penamente, así como ataques epilépticos ocasionales. Sólo unos pocos afortunados se curan por completo.
Los fármacos actualmente disponibles en las farmacias no son específicos para neutralizar el moquillo y difícilmente logran su curación.
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